dimarts, 4 de febrer del 2014

Un martes cualquiera


Un martes cualquiera, paseando por la Rambla, me encontré con un mendigo  en la esquina con la calle de l’Hospital. Nunca me he considerado una buena samaritana, ni siquiera suelo molestarme en abrir el monedero cuando uno de tantos sintechos suplica unos céntimos en el metro, pero ese martes me sentía solidaria y ese pobre hombre me resultaba extrañamente familiar.  Me acerqué a él con sigilo para no asustarlo, parecía desorientado, probablemente bajo los efectos del alcohol.
−Buenos días señor ¿Necesita ayuda?
−Excuse me?
Menuda mala suerte la mía, para una vez que me da por ayudar me sale un “homeless guiri”, así que con mi inglés macarrónico vuelvo a insistir:−Do you need some help?
Fie, ay, I ne’d a lot of help. My name is William and I don’t wot whence I am.
You are in Barcelona, in the Ramblas.
Barcelona? I shouldst be in London, mine name is William Shakespeare and I’m working like a writer …
¡Caracoles!, ¡Rayos!, ¡Centellas!, o cualquier otra interjección que se os ocurra. Ahora ya sé de qué me sonaba esa cara, sí señor, era William Shakespeare, tal y como lo recordaba en los libros de literatura del instituto. ¿Qué estaba haciendo William Shakespeare en medio de la Rambla en 2014 si hacía más de 300 años que había muerto?
Sin pensármelo dos veces lo cogí del brazo y me lo llevé de turismo por Barcelona Nuestra primera parada fue el Conesa, en la plaza Sant Jaume, donde el señor Shakespeare disfrutó de uno de los mejores bocadillos de la ciudad. No entendía muy bien lo que me decía, ya que no estoy especializada en el inglés del siglo XVI, pero por su cara vi que fue de su agrado.
Recorrimos juntos los rincones más emblemáticos de la ciudad y disfrutó tanto del paseo que incluso me dijo que Barcelona era mucho más bonita que Londres (o eso entendí yo). Al caer la tarde estaba destrozada, pero no sabía qué hacer con William. Llevármelo a casa no parecía una buena opción, pero dejar a uno de los mejores escritores de todos los tiempos abandonado en la calle también me daba apuro.
Decidí llevarlo a la única casa que conocía en la que sería recibido tal y como se merece. En cuanto mi ex profesor de literatura abrió la puerta de su piso se quedó alucinado, antes de que le diera un pasmo le expliqué la inverosímil historia que acababa de sucederme y, en vistas de la situación, no tuvo ningún inconveniente en dar alojamiento y fonda a William el tiempo que hiciera falta.


Dina Belanús

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