dimarts, 25 de febrer del 2014

Acordes de una vida


              Dejó sus gafas redondeadas sobre la mesita de noche. Era curioso que su seña más representativa, aquella con la que siempre le asociarían, hubiera surgido de una forma tan estudiada. De joven ya se tropezó más de una vez por no querer llevarlas, pero por suerte vislumbró que la imagen era un escalón más hacia el éxito y, así como uno de los ídolos del momento, Buddy Holly, decidió adoptarlas y no abandonarlas nunca jamás.
            Esos minutos antes de quedarse dormido los dedicaba normalmente a hacer balance de su vida y poner en fila india todos sus asuntos inconclusos. En lo primero podía darse por satisfecho: no había dejado grandes sueños por cumplir. Había sido un gran músico y también había tenido tiempo para componer, pintar, escribir y actuar. Lo de los asuntos inacabados ya era otro tema. Si tras la noche no hubiera un mañana, dejaría en el aire algunas reconciliaciones. Pero, por otra parte, él ya estaba muerto.
             En esos días de retiro, en ese pueblo de la Costa Blanca, pasaba su tiempo tratando de encontrarse a sí mismo, tras largos paseos por la playa y refrescos en el ocaso. También  continuaba componiendo, esta vez sus propias y más sinceras memorias. Pocas personas sabían que aquellos cinco disparos no habían sido decisivos y entre ellas no se encontraba Yoko Ono. La echaba de menos. Había querido llevar hasta el límite la decisión que ya tomaron una vez, la de separarse para saber hasta qué punto se necesitaban. Otra más de sus rarezas.
            Con el reloj recién avanzando por un nuevo día, canturreó la melodía de Let it be. Aún seguía siendo su forma más valiosa de espantar a los fantasmas. Fuera, las olas traían una y otra vez tranquilos recuerdos de su lejana Inglaterra. Supo que no tardaría mucho en quedarse dormido.


Marta Ciurana

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