dimarts, 25 de febrer del 2014

Ucronia


Abrirse camino en otro lugar / El descubrimiento del siglo XXI

Apenas podía mover las piernas embutido en aquella litera, estrecha y corta. Cris, metro noventa y dos, ocupaba la parte de arriba; abajo dormían unos hermanos que compartían con él camarote y viaje. Juntos llevaban demasiados días navegando en La Santamaría.
¡Qué poco se parecía, recordaba Cris C., al trasatlántico en el que viajó,  hace años,  junto a Feli!;  un crucero de puro confort, con  pack de bebidas incluidas. Allí sí que tenía buena cama.  Aquí las tres de la mañana y no podía pegar ojo. Sin embargo, los hermanos dormían a pierna suelta.  
En poco más de 3 años; la dichosa crisis económica, el ladrillo, la burbuja inmobiliaria, todo había ido al traste: su maravillosa profesión de arquitecto y su vida. Ahora 43 años y parecía que debía conformarse con ese futuro desalentador instalado en su existencia desde que cumpliera la cuarentena.
Lo había intentado todo para conseguir volver a trabajar;  no funcionaban los cazatalentos. Probó con los fogones; antes un hobby, pero la perspectiva de ser el pinche de un mal Chicote le hizo desistir. Frustrante. “Tiempos difíciles”,  decían los que le rodeaban: “la cosa está muy mal” repetían a menudo. Reajustó sus gastos, en ropa, supermercado,  suprimió salidas, viajes. Prescindió de su portátil, de su teléfono móvil Android, cambió de barrio…
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por truenos y relámpagos. Una tremenda tormenta de otoño en alta mar.  La embarcación se movía pero los hermanos seguían durmiendo, roncando casi al unísono.
Cris había subsistido, como pudo, de los ahorros que por suerte no metió en fondo de pensiones ni en preferentes en contraviniendo el  consejo del banco. Sólo hallaba una salida: huir. Comenzar en otro lugar.
Afortunadamente, conservaba todavía algunos amigos;  sólo los incondicionales, porque cuando uno no puede seguir el ritmo, los conocidos desaparecen. Consiguió reunir algo de dinero para su aventura, Isabel financió parte del pasaje, contrariando a su marido Fernando. Y Cris C. que hasta el momento no navegaba más que por Internet, se embarcó en dirección a un nuevo destino que le pudiera ofrecer una vida mejor. Los nuevos emigrantes, sobradamente preparados pero sin posibilidad de conseguir en su tierra un trabajo mínimamente decente.
Seguía sin conciliar el sueño en aquel minúsculo camarote,  albergaba la esperanza de salir de esa horrible pesadilla. Aunque no era joven tenía experiencia y seguro que eso se valoraría en alguna parte de ese nuevo mundo. Un trabajo que le permitiese recuperar su dignidad. ¿Qué es el trabajo?.., un medio de vida, una manera de explicar la existencia.
Trataba de cerrar los ojos y descansar. Sus piernas sobresalían de la manta y del viejo colchón; acusaba el cansancio de tan largo viaje desde que saliera del puerto de Palos en Huelva, mucha fresa pero poco futuro para su profesión.
Navegaban desde hacía días sin avistar tierra, parecía que aquel viaje no acababa nunca. Aunque la tormenta había cesado y a través de la escotilla ya se podía ver como amanecía. Un mar tranquilo después de la tempestad. Un día precioso de mediados de octubre, algo fresco pero luminoso.
Uno de los hermanos se despertó y desperezándose masculló: “Parece que ha sido noche movidita. Buenos días, Cris. ¿Qué tal por ahí arriba, como está la mar?  ¡Válgame Dios, deseo tanto salir de esta lata!” Se encaramó hacia el exterior para observar el paisaje. Un mar sereno.  Algo a lo lejos le pareció que cambiaba el color del agua, quizá roca. Y de pronto gritó: “¡Tierra!, ¡tierra! Hemos llegado”.
Como los grandes navegantes, Cris sintió un sentimiento entre ilusión y vértigo ante lo desconocido. Un nuevo despertar disipó la angustia con la que zarpara. Había desaparecido como la tormenta. Ante sus ojos una nueva tierra para comenzar de nuevo. Le invadía una poderosa fe en que las Indias Occidentales. Sería para él la tierra de promisión.


M.M.

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