La
profesora Carmen, del colegio, era una mujer entrada en años. Era una gran
maestra de pelo
canoso y rostro dulce. Ese día daba clase a los más pequeños, que eran sus
preferidos, y puesto que las Navidades ya estaban a la vuelta de la esquina,
comenzó la clase preguntando a sus alumnos qué opinaban ellos sobre el espíritu
de la Navidad.
—Es el que les prepara
los regalos a los Reyes Magos —dijo una niña. Al momento unas cuantas manos
regordetas se agitaban por los aires pidiendo la tanda para hablar.
—Yo creo que ese
espíritu es el que viene con Papa Noel y le ayuda a pujar por el saco de los
juguetes, porque le tiene que pesar un montón.
Las
opiniones fueron tan diversas que hasta hubo uno de los que van de listillos
por la vida y ven tanta televisión, que le echó la culpa a la maldita crisis de
la que tanto hablaba su papá, aunque él no entendía que era, pero llego a la
conclusión que por eso el espíritu solo se presentaba en Navidad, para que no
lo atrapara la crisis.
—Ya veo que estáis
todos muy bien informados —dijo la profesora con una ligera sonrisa— Tal vez
estéis interesados en conocer mi opinión sobre ese tema.
Por
unanimidad todos dijeron que deseaban escucharla: les gustaban tantos las
historias que les contaba su profe que, mientras ella hablaba, el silencio era
absoluto. Así que la mujer comenzó su relato.
—Hubo una vez un
matrimonio que viajó varios días para volver a su pueblo, pero cuando llegó
todas las posadas estaban ocupadas. La mujer estaba embarazada de su primer
hijo. Una posadera que tenía la posada llena pero que se compadeció de ellos,
les ofreció un establo muy amplio que tenía y que en aquel momento estaba medio
vacío: tan solo había una mula y un buey. El matrimonio estaría calentito hasta
que encontrase un lugar donde alojarse. Era gente sencilla y agradecieron el
ofrecimiento, pues su hijo estaba a punto de nacer. Pasados unos días, un
precioso niño reposaba sobre uno de los pesebres recubierto con una confortable
piel de borrego que lo mantenía calentito. Era una criatura excepcional,
sonreía a todos e incluso parecía entender todo lo que le decían. Sus vecinos
se esforzaban por llevarles comida y algún que otro regalo para aquel precioso
niño llamado Jesús.
»Como en cualquier
establo, compartían el espacio una familia de ratones que, aunque no se dejaban
ver por los humanos, no tardaron en acercarse a aquel precioso niño. Era una
familia de ratones muy numerosa y todos querían estar cerca del niño. Al final
de todos, un pequeño ratoncito de color azafrán muy diferente a los demás daba
algún que otro saltito para ver también al pequeñín. Toda su familia lo rechazaba
debido a su color.
»Jesús, que todavía no
sabía hablar, miró a los ratones y estos le obedecieron retirándose a un lado,
entonces con un gesto de su manita pidió al ratoncito de color diferente que se
acercara. Este
gesto del niño no fue compartido por la familia de ratones,
exceptuando, claro está, al ratoncillo de color azafrán, que agradeció aquel
pequeño gesto como si le hubiesen concedido una preciosa medalla.
La
maestra hizo un paréntesis y miró complacida a sus alumnos, que estaban totalmente
embelesados con su relato, y se decidió a continuar.
—Ya sabéis que donde
hay ratones suele haber gatos, y aquella ocasión fue propicia para que un par
de enormes gatos aparecieran por sorpresa y se relamieran del gran festín que
tenían ante sus ojos. Ni que decir tiene que el caos y el miedo se apoderó de
toda aquella familia y, ante el asombro de todos, el pequeño ratón color
azafrán dio un enorme salto hasta la ventana, a través de cuyos cristales se
colaban unos rayos de sol muy intensos.
»¡Vamos, huid! —les gritó a
sus familiares el ratoncillo mientras el reflejo del sol en su piel color
azafrán brillante deslumbraba a los gatos de tal manera que no podían avanzar.
Ni que decir tiene que los ratones desaparecieron a la velocidad del viento. Mientras
el ratoncillo seguía delante de la ventana, en el establo ya solo quedaba él. Los
dos gatos, pasado el primer susto, se acercaban a él con muy malas intenciones,
pero cuando lo tenían muy cerca de sus bigotes y estaban dispuestos a lanzarse sobre
su presa, el primero salió lanzado por los aires debido a una gran coz de la
mula. Y su compañero de caza tuvo igual suerte, pues la vaca le dio tal golpe
con su cola que quedó aplastado en una viga del techo.
»Después de unos
minutos, toda la familia de ratones volvió a salir de sus agujeros y vitoreó a
aquel ratoncillo de color azafrán que había sido tan valiente de arriesgar su
vida para salvar la de ellos, aunque siempre lo habían despreciado por ser
diferente a los demás.
»Esta fue la primera Navidad
sobre la faz de la tierra y, gracias a este gesto, un pequeño espíritu nació
también en ella gracias al gesto de aquel ratoncillo color azafrán y ha ido
propagando la generosidad de la gente en Navidad durante miles de años por todo
el mundo.
—¿Qué tal, niños, os ha
gustado mi relato? —preguntó la profesora a sus alumnos.
Todos
aplaudieron entusiasmados y, como siempre, acabaron lanzándose a abrazarla y
besarla. Eso quería decir que las fiestas se aproximaban y, con ellas, el
Espíritu de la Navidad.
Carol Simón
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