Mi cita para el nuevo trabajo de vigilante
me hizo sentir tan contento que decidí dar un paseo atravesando un bosque
frondoso para llegar a la escuela de secundaria donde ejercer como porte. El
anterior, llamado Eliseo, era un señor de edad avanzada. Él sería el
encargado de ponerme al corriente de todo lo que ocurría en aquel lugar antes
de irse.
En el bosque olor a otoño y setas, tierra húmeda propiciada por la sombra de los
altos robles, al fondo el murmullo de un río. Un remanso de paz, a diferencia
del ensordecedor ruido de la ciudad al que estaba acostumbrado, aquí solo oía
mis pasos al pisar las hojas
De pronto, la paz se vio alterada por un
extraño quejido que salía de unos matorrales, unos metros más allá. Sin saber
por qué, un estremecimiento recorrió mi cuerpo. Empezaba a oscurecer y ya no me
parecía tan idílico el paisaje. Contuve la respiración. Un gran pajarraco que
volaba por encima de mí lanzó un graznido que rompió el silencio por unos
minutos.
Instintivamente tapé mi cabeza y me agaché. Al
incorporarme y volver la vista, había desaparecido. Respiré aliviado. La
próxima vez utilizaría el coche para ir a trabajar.
La vereda se hacía más angosta y al poco la
vegetación decreció. Pasé un pueblecito y de pronto pude ver la escuela. Ante
mis ojos se alzaba un edificio de principios del siglo pasado de dos plantas
coronado por una buhardilla. Me acerqué a la gran verja que circundaba la
construcción e hice tocar la oxidada y vieja campana.
El edificio daba la impresión de estar vacío,
aunque me pareció que alguien me observaba desde una de las ventanas
superiores. Un tipo de mediana edad con barba y cabello claro y rizado, corrió
las cortinas. En solo unos minutos, un hombre de edad avanzada y paso lento
abrió. Era Eliseo:
−Adelante, Pablo le esperaba. Es usted puntual
y eso es una buena cualidad. −Le
seguí y él continuó: Ésa es la puerta principal, que tendrá que abrir a diario
para los profesores. Ahora está todo tranquilo, pero ya verá mañana. Los
jóvenes son incansables, tienen mucha vitalidad y además ¡gritan muchísimo!
Traspasamos un vestíbulo tan amplio como
decadente, demasiado sombrío debido a que estaba orientado hacia el norte. Seguí
al viejo portero observándolo todo.
−A las aulas se accede por esa escalera
ancha, luego las veremos.Este lugar ha sido mi vida desde hace 30 años, los
recuerdo a casi todos con sus nombres.
»Esas escaleras conducen al desván. Ese
lugar está cerrado y sellado. Desde hace un año, permanece inaccesible
esperando el resultado de la investigación policial después de que ocurriera un
trágico suceso durante una fiesta celebrada en Halloween, luego le contaré esa
historia escalofriante en mi pequeño despacho. Le sugiero que no se acerque al
desván, un olor a naftalina y mucho polvo indicaban la prohibición de entrar en
él.
Mi curiosidad se centró desde ese momento en
conocer la escabrosa historia, intenté ganarme la confianza del viejo portero
para que la contase.
−Venga, joven, tomemos esa taza de café que le
ofrecí y le contaré lo que ocurrió el año pasado por Haloween, que le noto muy
interesado en conocerla.
Mr. Wager era el profesor de inglés, muy
querido por los alumnos, uno de los preferidos por su manera original de
impartir clases. Se divertían con sus experimentos, en su país celebran esa
fiesta el día antes de los santos.
»Ese día utilizó el desván, pues el espacio
es más amplio y se prestaba más a dicha fiesta. Colocó velas humeantes cuyas
sombras se alargaban hasta el techo, el olor a incienso inundó el desván y
calabazas, calaveras y demás objetos de terror estaban por todas partes. El
ambiente era tan lúgubre que los alumnos se detuvieron en la puerta al subir. Todo
aquel montaje les imponía tanto que no se atrevían a entrar.
Cuando por fin se sentaron todos después de
haber venciendo su miedo, en la puerta el humo lo inundó todo y, como por arte
de magia, un enmascarado muy bien caracterizado con una careta adaptada a su
rostro hizo su aparición, varios estudiantes dieron un salto y se echaron hacia
atrás.
-¡Que sicodélico! −dijo uno de los chicos.
-¡A mí me da un mal rollo / yuyu todo esto
que me dan ganas de irme! −dijo
una alumna
-SEÑORES, VAMOS A COMENZAR LA CLASE −dijo el enmascarado con voz distorsionada.
Los alumnos contuvieron la respiración, sin
saber a dónde mirar pues el enmascarado les infundía terror.
Una alumna le hizo una pregunta al profesor
con voz entrecortada:
−¿El puntito rojo de su frente forma parte
del disfraz?
Habían trascurrido dos años desde que Mr.
Wager fue testigo de un crimen cometido muy lejos de aquel lugar tan apartado, él
sabía que
le perseguían allá donde fuese para que no testificara,
así que grito:
−¡Todos al suelo YAAAAAAAAAAAAAAAAAA!
Una ráfaga de ametralladora recorrió la
estancia de un lado al otro, los alumnos tirados en el suelo y tapándose los
oídos gritaban aterrados. Cuando terminó se miraron unos a otros para comprobar
que estuviesen bien, pero otra ráfaga acabo por destrozar lo poco que quedaba
en pie en el desván. El enmascarado desapareció del lugar dejando un rastro enorme
de sangre y no hemos vuelto a saber nada
más de él. Los alumnos abandonaron el lugar aterrados y desde entonces nadie más
ha vuelto a pisar ese lugar, excepto la policía, para hacer sus averiguaciones.
−¿Pero nadie sabe si el profesor está vivo o
muerto? −dijo Pablo, que no había probado el
café de su taza debido a la tensión del relato.
Que yo sepa aún no ha aparecido, pero
recuerde, joven, esa zona esta maldita, todo aquel que ha osado entrar ha
terminado teniendo un accidente o volviéndose loco.−Le contarán muchas historias –dijo Eliseo−. Pero no las crea.
El nuevo portero se golpeó la barbilla con el índice. Sin duda, los alumnos
tenían una imaginación desbordante y, al desconocer partes de la
historia, se las inventaban.
−Bueno, yo me voy. Suerte en el puesto de
trabajo. La va a necesitar, Pablo.
En cuanto el anciano abandonó el recinto
escolar, el nuevo portero sintió la necesidad de aproximarse a la buhardilla
sellada. Subió los peldaños de la escalera de madera, que rechinaban desafinadamente a cada
paso. Temblaba, ansioso por descubrir la verdad oculta tras aquella puerta, y
estaba casi convencido de que toda aquella historia había sido una broma de mal
gusto para recibir al novato. Aunque una pregunta le rondaba la cabeza de
camino a su destino. ¿Quién iba a creerse que el personal de la limpieza no había
limpiado el rastro de sangre en el tramo de escaleras en dirección al desván?
De pronto se detuvo. Un ruido le inmovilizó
a dos pasos de la entrada a la buhardilla, ante el precinto policial. Dilató
las pupilas, se llevó la mano al pecho, donde el corazón iba camino de alcanzar
las pulsaciones de un infartado, y el miedo le impidió expulsar el excedente de
pánico a través de la boca abierta de par en par. ¡Allí dentro había alguien!
“Son imaginaciones. La buhardilla está
precintada”, se dijo mientras llevaba las manos temblorosas hasta la puerta.
Las apoyó en la madera. A través de la
penumbra que ya le había envuelto, guiñó un ojo y colocó las pestañas muy cerca
de la cerradura antigua, con forma de la omega del alfabeto griego. Y resopló,
aliviado. Su imaginación le había jugado una mala pasada. Allí no había nada
excepto las sombras alargadas de los rimeros de sillas, los pupitres vacíos, la
mesa del profesor sepultada bajo un sinfín de documentos desordenados.
–¡Increíble! –exclamó con los ojos entrecerrados-.
Mira que haberme creído ese montón de tonterías. ¡Qué tonto soy!
Y abrió el ojo derecho. La boca se le
desencajó por completo y, de un salto, reculó cuanto pudo. ¡Había visto una
pupila al otro lado de la puerta! Empalidecido, víctima del mal de San Vito, se
frotó los ojos. ¡No daba crédito a lo que creía haber visto!
−¿Quién anda ahí? –dijo una voz gutural cuando estaba a punto de
aproximarse de nuevo a la puerta−. La última clase del profesor Wager no empezará hasta las nueve en
punto.
Reconvertido en gelatina, el nuevo portero
observó cómo el pomo de la puerta se agitaba, giraba frenéticamente, aunque sin
llegar a abrirse. Algo o alguien trataban de cruzar el marco de la puerta, como
si ésta fuera un agujero de gusano que comunicara diferentes dimensiones o
planos temporales. Y, antes de renunciar al empleo, pues no estaba dispuesto a
soportar todo aquello por un sueldo ridículo, corrió con los brazos elevados
mientras el pánico le arrancaba gritos de las entrañas a través de la boca
entreabierta. Y pensó que quizá los servicios de limpieza ya no limpiaban el
tramo de escalera en dirección a la buhardilla porque al día siguiente la
mancha de sangre volvía a aparecer en el mismo lugar.
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