dimarts, 13 de gener del 2015

Una pequeña tienda navideña


Quien viaje a Londres encontrará una pequeña tienda de Navidad que está abierta durante todo el año. Día tras día, sin descanso, ve pasar cientos de ojos curiosos cargados con sus máquinas fotográficas y su afán por no perder ni un detalle de la capital. Algunos de ellos se acercan y sacan una fotografía al escaparate, otros se preguntan: “¿Cómo se mantendrá esa tienda activa una vez pase el invierno?”. Y otros pocos, como el señor Haters, simplemente piensan: “¡Qué odiosa es la Navidad!”.
El señor Haters ya llegaba tarde al trabajo. De vez en cuando se sentía como el conejo blanco del País de las Maravillas. Y no era divertido. Detestaba ser la antítesis de lo que se esperaba que fuera un buen inglés. Él no podía ser puntual en una ciudad que incitaba a relajarse en casa con un buen té humeante. Para terminar de alegrarle la mañana, otra vez estaba ahí esa tienda que no se cansaba de dar la bienvenida a la Navidad con sus repetitivas luces parpadeantes. Estaba seguro de que tras sus puertas encontraría a un agradable matrimonio mayor que le recibiría con una galletita de canela y un convincente “bienvenido a nuestra tienda”. Estaba dispuesto a pasar de largo, pero se fijó en que en el escaparate había uno de aquellos calcetines navideños colgado. Le vino a la mente el recuerdo de la chimenea de la casa de sus padres y su calcetín algo descosido que aun así amanecía lleno de golosinas el día de Navidad. Se acercó al escaparate para verlo más de cerca, pero se encontró con una agradable anciana, que le abrió la puerta y le invitó a entrar.
Bienvenido. ¡Por fin nos conocemos! Soy la señora Sparklings. Siempre le veo pasar y tenía ya ganas de que entrara.
Sí, bueno, me coge de paso para ir al trabajo. Encantado. Yo soy el señor Haters.
Salvo ellos dos, en la tienda no había nadie más en aquel momento. El señor Haters tenía que reconocer que el interior era acogedor: la temperatura era muy agradable en comparación con el frío de fuera y en el ambiente flotaba olor a canela y a plantas navideñas. Junto al mostrador vio una bandeja plateada con las galletas que había imaginado.
Coja una, por favor. El señor Haters le hizo caso y tomó una.
Está deliciosa, gracias.
Mi marido decía que una de las cosas que más le gustaba de la Navidad eran mis galletas. Era un hombre muy zalamero, como usted ve.
El señor Haters se entristeció. Había esperado encontrar un señor Sparklings al que estrecharle la mano y se dio cuenta de que no existía. Estudió de cerca la expresión de aquella señora. Parecía realmente contenta en aquel ambiente de celebración, como si esas fiestas continuaran siendo un motivo de alegría para ella.
Siento lo de su marido.
No se preocupe, ya hace algunos años de eso. Nos gustaba mucho la Navidad, ¿sabe? Mi marido era muy decidido y resolvimos abrir esta tienda dedicada precisamente a lo que nos apasionaba. “¿Una tienda de Navidad que esté abierta todo el año?”, nos decían nuestros amigos, espantados. Y resultó que funcionó. Ahora procuro que nuestro sueño continúe.
Estoy muy sorprendido, señora Sparklings.
Perdóneme, quizá le estoy entreteniendo. ¿Estaba buscando algo para estas Navidades?
A esas alturas, el señor Haters ya había olvidado que llegaba tarde al trabajo y que no tenía realmente un motivo para estar en aquella tienda. Solo sabía que se sentía cómodo hablando con la señora Sparklings.
No, en realidad no me gustan estas fiestas, pero me llamó la atención el calcetín de la entrada.
Los recuerdos... A veces un pequeño detalle nos lleva a momentos que creíamos olvidados. Pero ya que está aquí, ¿por qué no le lleva uno de esos calcetines a su hijo?
Lo haría, pero ya sabe que los chicos de ahora quieren otras cosas, señora Sparklings.
No, no, en eso no lleva razón. Los chicos de ahora necesitan también crecer con tradiciones. Para los padres requiere empeño reconciliarse con el pasado y disfrutar del presente, pero es un esfuerzo necesario, créame. Llévese ese calcetín, que su hijo lo encuentre lleno de golosinas cuando despierte. Que algún día, como usted, tenga un recuerdo al que volver.
            El señor Haters siguió la recomendación de la señora Sparklings. Compró aquel calcetín y se lo regaló a su hijo días antes de que comenzaran las fiestas. Lo pusieron en la chimenea y después de varios años descuidando la decoración de la casa, el señor  Haters ayudó a su hijo a que el ambiente fuera tan acogedor como aquel que encontró en la pequeña tienda navideña. El día 25 de diciembre el calcetín amaneció lleno de golosinas y al sacarlas descubrieron un pequeño papel en su interior que decía: “Muy felices fiestas. P.D.: Mis galletas de canela siempre están encantadas de recibir visitas”. El señor Haters supo que cada vez que pasara frente a aquella tienda la vería ya de otro modo.



Marta Ciurana

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada