divendres, 14 de novembre del 2014

El espíritu de la Navidad



La profesora Carmen, del colegio, era una mujer entrada en años. Era una gran maestra de pelo canoso y rostro dulce. Ese día daba clase a los más pequeños, que eran sus preferidos, y puesto que las Navidades ya estaban a la vuelta de la esquina, comenzó la clase preguntando a sus alumnos qué opinaban ellos sobre el espíritu de la Navidad.

Es el que les prepara los regalos a los Reyes Magos dijo una niña. Al momento unas cuantas manos regordetas se agitaban por los aires pidiendo la tanda para hablar.

Yo creo que ese espíritu es el que viene con Papa Noel y le ayuda a pujar por el saco de los juguetes, porque le tiene que pesar un montón.
Las opiniones fueron tan diversas que hasta hubo uno de los que van de listillos por la vida y ven tanta televisión, que le echó la culpa a la maldita crisis de la que tanto hablaba su papá, aunque él no entendía que era, pero llego a la conclusión que por eso el espíritu solo se presentaba en Navidad, para que no lo atrapara la crisis.

Ya veo que estáis todos muy bien informados dijo la profesora con una ligera sonrisa Tal vez estéis interesados en conocer mi opinión sobre ese tema.

Por unanimidad todos dijeron que deseaban escucharla: les gustaban tantos las historias que les contaba su profe que, mientras ella hablaba, el silencio era absoluto. Así que la mujer comenzó su relato.

Hubo una vez un matrimonio que viajó varios días para volver a su pueblo, pero cuando llegó todas las posadas estaban ocupadas. La mujer estaba embarazada de su primer hijo. Una posadera que tenía la posada llena pero que se compadeció de ellos, les ofreció un establo muy amplio que tenía y que en aquel momento estaba medio vacío: tan solo había una mula y un buey. El matrimonio estaría calentito hasta que encontrase un lugar donde alojarse. Era gente sencilla y agradecieron el ofrecimiento, pues su hijo estaba a punto de nacer. Pasados unos días, un precioso niño reposaba sobre uno de los pesebres recubierto con una confortable piel de borrego que lo mantenía calentito. Era una criatura excepcional, sonreía a todos e incluso parecía entender todo lo que le decían. Sus vecinos se esforzaban por llevarles comida y algún que otro regalo para aquel precioso niño llamado Jesús.

»Como en cualquier establo, compartían el espacio una familia de ratones que, aunque no se dejaban ver por los humanos, no tardaron en acercarse a aquel precioso niño. Era una familia de ratones muy numerosa y todos querían estar cerca del niño. Al final de todos, un pequeño ratoncito de color azafrán muy diferente a los demás daba algún que otro saltito para ver también al pequeñín. Toda su familia lo rechazaba debido a su color.

»Jesús, que todavía no sabía hablar, miró a los ratones y estos le obedecieron retirándose a un lado, entonces con un gesto de su manita pidió al ratoncito de color diferente que se acercara. Este gesto del niño no fue compartido por la familia de ratones, exceptuando, claro está, al ratoncillo de color azafrán, que agradeció aquel pequeño gesto como si le hubiesen concedido una preciosa medalla.

La maestra hizo un paréntesis y miró complacida a sus alumnos, que estaban totalmente embelesados con su relato, y se decidió a continuar.

Ya sabéis que donde hay ratones suele haber gatos, y aquella ocasión fue propicia para que un par de enormes gatos aparecieran por sorpresa y se relamieran del gran festín que tenían ante sus ojos. Ni que decir tiene que el caos y el miedo se apoderó de toda aquella familia y, ante el asombro de todos, el pequeño ratón color azafrán dio un enorme salto hasta la ventana, a través de cuyos cristales se colaban unos rayos de sol muy intensos.

»¡Vamos, huid! les gritó a sus familiares el ratoncillo mientras el reflejo del sol en su piel color azafrán brillante deslumbraba a los gatos de tal manera que no podían avanzar. Ni que decir tiene que los ratones desaparecieron a la velocidad del viento. Mientras el ratoncillo seguía delante de la ventana, en el establo ya solo quedaba él. Los dos gatos, pasado el primer susto, se acercaban a él con muy malas intenciones, pero cuando lo tenían muy cerca de sus bigotes y estaban dispuestos a lanzarse sobre su presa, el primero salió lanzado por los aires debido a una gran coz de la mula. Y su compañero de caza tuvo igual suerte, pues la vaca le dio tal golpe con su cola que quedó aplastado en una viga del techo.

»Después de unos minutos, toda la familia de ratones volvió a salir de sus agujeros y vitoreó a aquel ratoncillo de color azafrán que había sido tan valiente de arriesgar su vida para salvar la de ellos, aunque siempre lo habían despreciado por ser diferente a los demás.   

»Esta fue la primera Navidad sobre la faz de la tierra y, gracias a este gesto, un pequeño espíritu nació también en ella gracias al gesto de aquel ratoncillo color azafrán y ha ido propagando la generosidad de la gente en Navidad durante miles de años por todo el mundo.

¿Qué tal, niños, os ha gustado mi relato? preguntó la profesora a sus alumnos.

Todos aplaudieron entusiasmados y, como siempre, acabaron lanzándose a abrazarla y besarla. Eso quería decir que las fiestas se aproximaban y, con ellas, el Espíritu de la Navidad.

                                                                   
                                                                                                          Carol Simón

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