dimarts, 9 de desembre del 2014

Un lugar más seguro


El ciudadano JK1 gira la palma de la mano. Allí, incrustado entre carne, músculos y tendones, al final de la manga del traje ceniciento a juego con su cara gris, reluce el dispositivo multimedia no interactivo. El fulgor de la pantalla le hace abrir de par en par los ojos apagados. El perfil cetrino del Emperadente, incapaz de cuadrar el color del tinte del pelo con el de la barba, señala a cámara con el índice.  Un titular, tal cual el ojo izquierdo presidencial, baila a lo loco por la pantalla. Enseguida un chillido fuera de lugar propaga su mensaje. Por lo visto, el mundo es ahora un lugar más seguro. Así, pues, sin asomo de dudas, se reincorpora a la fila de ciudadanos grises, silenciosos y ordenados, con las miradas centradas en las palmas de sus manos, y continúa con su camino de regreso a casa.
Ahora el neoparte continúa con otro vídeo. Al final de la humeante calle ultramoderna, junto a las señales de prohibido hablar y la de un hacha ensangrentada encima del prototipo de ciudadano gris, se recorta la inquietante silueta de un hombre con gabardina ante un edificio tan fálico como colorido.
Aquello no es un hombre, sino un elemento no deseado. Se ha saltado todas las prohibiciones acerca de la interacción social. Y aborda a otro ciudadano gris con las peores intenciones. Quiere… Cierro la boca y pongo las manos delante de los labios para contener las arcadas. Ese maldito degenerado quiere… casi no puede expresarlo con palabras. ¡¡¡HABLAR CON ÉL!!!
El clandestino mira a cámara. Se acerca al ciudadano, se quita las gafas de sol, se baja las solapas, se descubre y muestra un dispositivo ocular multimedia incrustado en el ojo izquierdo.
—Vive la resistance! —exclama con el brazo derecho alzado, donde un móvil de ultimísima generación cubre el muñón del brazo derecho, un irregular y palpitante trozo de carne mal cicatrizado.
—¡Largo de aquí! —exclama el ciudadano—. ¡No quiero problemas!
Y le da la espalda. Inmutable, el clandestino centra el visor del dispositivo multimedia en su interlocutor. ¡Y no tiene la menor intención de marcharse de allí! ¡Por la sagrada tecnología! ¡Pretende saciar sus aberrantes ganas de charlar! Enseguida saltan las señales de alarma. Un punto rojo se activa. Gruñe el visor de la cámara al ponerse en movimiento y el ciudadano se aleja del clandestino.
—Hablar está mal —susurra.
—Disimulas bien. Pero no voy a marcharme sin saber cuál es el cargo que ocupas en la resistance —dice el clandestino.
—¡Qué dices!
—¿Quién eres? ¿Qué cargo ocupas?
El ciudadano se le enrojece la cara y se hace un silencio tenso entre ambos.
—Tú estás loco —dice y mira alrededor con la cara desencajada—. ¡No me hables! ¡Déjame en paz!
—¡Dejen de hablar! —ordena una voz metálica e informatizada, procedente de la cámara—. ¡Y disuelvan la reunión ilegal!
Un pitido agudo e intermitente, repetido en bucle, tan molesto como inquietante, interrumpe la discusión.
—¡Se acabó su tiempo! —dice la voz informatizada—. ¡Procedemos a la detención!
—¡Ya era hora! —dice el ciudadano, mirando con inquina al sospechoso.
Sonriente, el clandestino le mantiene la mirada.
—Recuerda. Como miembro de la célula, debes manifestarte durante el arresto.
—¡¿Detenerme?! ¡¿A mí!? ¡Sin duda estás loco! —dice el ciudadano y se encoge de hombros sin entender nada en absoluto.
Se gira. Y acto seguido nota un golpe en la cabeza. Le han atrapado dentro de una red.
—Quedan detenidos —dice la voz informatizada con tono rutinario—. Están acusados de pertenecer a una asociación ilegal de la peor calaña, que siempre ha abogado por promover la libertad de expresión. Y se les aplicará la ley antiterrorista. Y tienen la obligación de permanecer callados.
El neoparte ha puesto los pelos de punta a JK1. Parece mentira que aún a día de hoy haya gente así, capaz de saltarse la ley para hacer cosas sin sentido o tan poco productivas como relacionarse con sus congéneres para hablar.


Resopla, aliviado. Suerte de aquel feliz arresto. Suerte de aquel final subrayado con el titular vociferante: «¡El mundo es hoy un lugar más seguro!». Suerte del gran Emperadente, de nuestros líderes. Si no, ¿adónde iríamos a parar? Y siguió caminando sin salirse de la fila.

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