Es la última hora de una tarde cálida, las farolas centellean con sus primeros toques de luz que acaban de ponerse en marcha, las puertas de un cine se abren de par en par y el público sale a la calle, algunos se frotan los ojos, esos que apenas han podido pestañear mirando embelesados la gran pantalla y al salir respiran hondo el aire fresco del atardecer. Un grupo de amigas en la calle, delante del cine, se miran y respiran hondo.
−¡Caray
con la película en 3D, aparte de ser muy buena, Leonardo Di Caprio esta fantástico!
−dijo muy
animada Marina. Esther estuvo totalmente de acuerdo: en aquellas dos horas que
duró la película se había enamorado locamente del protagonista. Almudena
intentaba estar a la altura de sus dos amigas, fingía estar emocionada, pero
una gran tristeza inundaba su corazón: había llorado sin consuelo más de media
sesión, no veía el momento que acabase la película. Solo al recordar esa música
melancólica a la vez que maravillosa unida a tanta gente viviendo semejante
tragedia le resbalaron unas lágrimas que ella intentó disimular en vano.
−Venga,
mujer −dijo Marina
intentando animarla−, ya hemos visto que te ha afectado demasiado, pero piensa
que solamente es una peli. En realidad todas sabemos que fue un hecho verídico,
pero ocurrió hace tanto tiempo que no puedes dejar que te impresione de esa
manera, piensa que las de guerra la mayoría son verdad y nunca te hemos visto
tan sensiblera.
−Vale,
tenéis razón, no entiendo lo que me ha pasado. Venga, vámonos a tomar un helado,
invito yo. Juntas se dirigieron a la heladería y, con sus cucuruchos en las
manos, se sentaron en un banco del parque, aunque prometieron no comentar la
película. No habían pasado ni diez minutos cuando las tres hablaban por los
codos y comentaban los pormenores de todas las escenas de esa gran película que
acababan de ver, que era Titanic.
Tres años atrás en el tiempo,
el director de cine James Cameron hacía un casting para encontrar al ayudante
perfecto y muy documentado en el tema de aquel gran barco llamado Titanic. Era
verdad que lo tenía un poco difícil, pues ya se habían realizado varias
películas sobre ese tema, pero Cameron tenía en mente hacer algo extraordinario
y estaba dispuesto ha hacerlo realidad. Se presentaron muchas personas al
casting. Cuando ya estaba a punto de cerrarlo, su última opción para el puesto
fue un joven muy bien parecido que entró en el despacho con resolución, ocupó
el asiento que le asignaron y se presentó con su nombre: Oscar. Oscar fue
contestando a todas las preguntas que el director le hacía;, este llevaba
varios días haciendo entrevistas, así que se conocía todas las respuestas
posibles, los aspirantes se habían esforzado al máximo leyendo todo lo
relacionado con la tragedia de aquel famoso barco.
Cuando ya estaban
a punto de terminar la entrevista, Oscar le relató una historia sorprendente que Cameron nunca había
escuchado. Era de una pareja que iba en el barco, concretamente en las cocinas.
Él era un cocinero excelente, a ella la contrataron para fregar platos. Harían
el trabajo para pagarse el pasaje. La chica huía de un padrastro perverso y
malvado que le hacía la vida imposible y lo mejor era poner tierra o agua de
por medio, irse cuanto más lejos mejor; él estaba enamorado de ella y le
prometió seguirla hasta el fin del mundo. Cuando se dieron cuenta de que el barco
se hundía, intentaron escapar como el resto de los pasajeros, pero las puertas
se habían bloqueado y no fueron capaces de subir a la superficie del barco. Los
dos, abrazados, se juraron amor eterno. Ella lloraba mientras oían la música
que sonaba en el puente del barco, hasta que los altavoces se quedaron mudos y
la oscuridad se adueñó de todo, fue un momento muy trágico. Oscar, en un
intento desesperado, le juró que se reencarnarían a lo largo de los años, el
tiempo que hiciese falta hasta volver a encontrarse y con un beso selló su
juramento. Ese fue el último instante de los dos enamorados.
Cameron estaba
con la boca abierta, totalmente impresionado. Nunca antes había escuchado esa
historia tan bella. Por un momento llegó a pensar que se la inventó para
hacerse con el trabajo, pero la seriedad de Oscar le hizo desistir de tal
pensamiento. Así que el joven se ganó el puesto de ayudante del director como
asesor sobre aquel mítico barco.
Pasados tres años,
y una vez que la película estuvo en cartelera, el director y parte de su
personal fueron visitando diferentes ciudades para promocionarla, aunque no era
necesaria esa publicidad pues todo el mundo fue a verla. Digamos que le gustaba
recoger aquellos laureles después de un trabajo tan bien realizado.
Al día siguiente
de ver Titanic, Almudena se pasó por
la tienda de fotografía a recoger un encargo. Había muchos clientes, así que se
dedicó a mirar distraídamente las fotos expuestas. Disfrutaba con cada detalle; de hecho, nunca
viajaba sin su cámara, era una gran aficionada a captar cualquier imagen. La
música ambiental era suave pero de pronto cambió, el tema principal de la
película de Titanic comenzó a sonar, el rostro de la muchacha se contrajo, su
corazón comenzó a galopar como un caballo desbocado y, sin poder evitarlo, las
lágrimas rodaron por sus mejillas copiosamente. Uno de los clientes se acerco a
ella muy preocupado.
−¿Puedo
ayudarla en algo, señorita?
Almudena se secó
las lágrimas e hizo un gesto negativo con la cabeza. Cuando miro a los ojos a
aquel joven tan atento no pudo por menos que dejar de llorar, ya no oía ninguna
música y respiraba con dificultad, su voluntad la abandonó y se desplomó. Oscar era el joven que se preocupó
por ella y a tiempo estuvo de recogerla entre sus brazos antes de que cayera
desmayada al suelo. A los pocos minutos, que para él fueron eternos, la
muchacha se recupero, él la miraba embelesado y ella, con una leve sonrisa, acertó
a decir:
−¿De
verdad eres tú?
Carol Simón
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