dimarts, 10 de juny del 2014

Turno de noche


A María nunca le importó trabajar en el turno de noche. Los pasillos vacíos del centro comercial le proporcionaban una inmejorable acústica para cantar a pleno pulmón las coplas que le enseño la abuela en su Zafra natal. Con música la noche pasaba rápido mientras recorría el laberinto comercial con el carro y la fregona.

Le gustaba su trabajo. Si durante el día escuchaba algún chiste en el mercado trataba de recordarlo para contárselo a Mercedes, su compañera desde hacía 14 años, o a Marcelo, el vigilante de seguridad que se había ganado su afecto desde la primera noche que comenzó a trabajar recién llegado de Argentina. Siempre eran bromas inocentes, sobre las relaciones entre hombres y mujeres. O comentarios maliciosos sobre el último partido de fútbol con los que María sabía pinchar hábilmente a Marcelo.

Aquel jueves era uno más. A las diez en punto María pasó su tarjeta por el reloj de fichar. Le producía un placer secreto fichar a las 22:00:00. Ni un segundo antes ni un segundo después. Y cada noche esperaba ese momento con la ilusión de una niña. Algún día pediría el registro impreso a Recursos Humanos y comprobaría cómo había conseguido marcar en el mismo instante cada noche durante los últimos 15 meses.  Ese pensamiento le llevaba invariablemente a la noche, hace un año y tres meses, en que llegó un minuto y medio tarde y rompió una racha de años. Se acordaría de aquel chofer charlatán del L85 durante toda su vida.

María se dirigió, como siempre, a la planta 1 para comenzar limpiando el pasillo central. Vació las papeleras y puso bolsas nuevas en cada una de ellas mientras cantaba La bien pagá. Siempre le gustó esa canción, y la bóveda que cubría ese gran pasillo hacía que resonase como si estuviese cantando en un teatro. Mercedes podía escucharla desde la planta 2 y eso hacía que se sintiese acompañada mientras fregaba los baños de caballeros. Marcelo dirigía una de las cámaras para observar cómo María, además de cantar, en ocasiones movía las manos y cerraba los ojos como si un público enfervorecido la estuviese contemplando listo para el aplauso.

Acabadas las papeleras María se encargaba de fregar los pasillos laterales, y para eso no había nada mejor que Ojos verdes y María la portuguesa. Ésta última no era de las coplas que le enseñó su abuela, pero ella la había incorporado a su repertorio porque le gustaba el desgarro con el que describía una pasión. Igualito que Ojos Verdes. Así se dejaba llevar y se olvidaba de dónde estaba. Dejaba que su cuerpo actuase de modo mecánico, continuando con los movimientos aprendidos durante años mientras su cabeza huía a serranías, tabernas y puertos de otras épocas. Justo en mitad de ese trance escuchó unos golpes inusuales que la devolvieron a la realidad. Paró su actividad y su canto y se dirigió hacia las escaleras mecánicas de donde procedían los ruidos.
—¡Hola! —dijo con voz temblorosa—. ¿Hay alguien ahí?
No sabía qué era lo que le daba más miedo: que alguien contestase o que no contestase nadie.

Inconscientemente dirigió su mirada hacia una de las cámaras de seguridad, y saber que Marcelo estaba tras ella le infundió tranquilidad. “No seas chiquilla”, se dijo a sí misma y giró el murete protector de las escaleras en el mismo instante en que se detuvieron los golpes y que la escalera se puso en marcha con un agudo chirrido y un lento traqueteo.” Qué raro, esas escaleras no deberían estar funcionando por la noche. ¿Estarán haciendo algún tipo de pruebas? Nadie nos ha dicho nada al respecto”.

Como tampoco era cosa suya y no se quería retrasar en su tarea trató de olvidarse de la dichosa escalera y continuó con su recorrido. Le tocaban los baños de mujeres. Era el momento de Tatuaje. Entró en los baños con ojos soñadores y la mente llena con la imagen de aquel marinero “hermoso y rubio como la cerveza”. Pero los versos de la canción se le quedaron congelados en los labios al encontrarse con las seis puertas de los aseos batiendo sin que hubiese nadie allí para agitarlas. Sintió sobre la piel el aire generado por el movimiento de las puertas y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Salió corriendo al pasillo donde nuevamente encontró las cámaras de seguridad. Trató de calmarse y respirar hondo. Seguro que había una explicación para el movimiento de las puertas.  Se rió de si misma y decidió que adelantaría la pausa para el bocadillo. Llamó a Mercedes por el walkie y quedaron en 5 minutos en el área de descanso.

    ¿Qué te pasa hoy María, estás cansada? ¿Sólo son las 11:30 y ya tienes hambre?
    Calla, que no sé qué me pasa —dijo mientras metía 40 céntimos en la máquina y presionaba el botón de la tila—. Esta tarde he visto una bobada de película de miedo con Antonio y se ve que ahora ando como los chiquillos, asustada por todo.
    ¿Asustada? ¿De qué? —preguntó Mercedes riendo.
    ¿No has visto que la escalera mecánica se ha puesto en marcha? O peor, me invento que las puertas de los aseos se mueven solas… En fin, no me hagas ni caso. La tila, el bocadillo y un poco de charla y estoy lista para volver.

Tras la pausa María se fue de nuevo a los baños que había dejado a medias. Cuando entró se rió de buna gana por lo alocado de su imaginación. Ninguna puerta se movía y todo estaba como siempre, sucio y húmedo. El único ruido procedía de un grifo que goteaba incansable. Se puso manos a la obra retomando Tatuaje y dejo los baños relucientes, como cada noche. Al alejarse por el pasillo arrastrando pesadamente su carro le pareció escuchar tras ella el ruido de los secadores de manos procedente de los baños que acababa de abandonar. No podía ser.

Cada vez se sentía más temerosa. El goteo de aquel grifo se había quedado grabado en su mente. Trataba de reírse de si misma, pero no podía evitarlo. Dirigía constantemente miradas furtivas a las cámaras para sentirse acompañada y sabía que le quedaba la peor parte de su recorrido. Aún tenía que ir al parking de tres plantas subterráneas para barrer y  vaciar papeleras.

Planta -1. Al abrirse el ascensor María miró a ambos lados antes de volverse de espaldas a la puerta para tirar de su carro. Ya no cantaba. El temor había ido dominando su cuerpo y su garganta. Se obligaba a ser valiente y lo más que conseguía era tararear a ratitos. Avanzaba cautamente por el parking, de papelera en papelera, cuando los fluorescentes del pasillo F3 comenzaron a parpadear.  María sujetó el walkie y giró la ruleta a la frecuencia 1: Seguridad.
    Marcelo, Marcelo, ¿me oyes? —dijo como tantas veces.
No obtuvo más respuesta que el crepitar de la frecuencia vacía
    Marcelo, Marcelo, ¿me oyes? Basta ya de bromitas, si es que se trata de eso. Te prometo que no vuelvo a hablar mal de Messi. ¿me oyes?
Nuevamente la frecuencia parecía vacía, aunque María hizo caso omiso a la falta de respuesta y continuó hablando
    Marcelo, deja una nota para mantenimiento, por favor. Diles que los fluorescentes del F3 están fallando. ¿o es que me estáis gastando una broma de mal gusto? Bueno, es igual, el caso es que los fluorescentes se encienden y se apagan, y en cualquier momento me voy a quedar a oscuras aquí abajo.

Mientras hablaba María miraba en todas las direcciones y mantenía intuitivamente la espalda pegada a uno de los muros perimetrales del parking. De pronto le pareció ver una sombra informe que pasaba entre dos columnas. — ¡Marcelo! —gritó, sin saber si lo gritaba hacia la sombra o por el walkie—. ¡Marcelo! ¿Eres tú? —La extraña sombra reapareció nuevamente tras una escalera, esta vez más cerca de María. De pronto los motores de extracción del parking se pusieron en funcionamiento con un ruido ensordecedor.
    María, María ¿me oyes? —dijo Marcelo por el walkie sin obtener respuesta.
    Este aparato es un asco y ya vuelve a fallar. ¡María, me oyes! — gritó.
En la pantalla del circuito de vigilancia se veía a una María de aspecto confuso, aferrada a su carrito y mirando al infinito.
    Mercedes, Mercedes ¿me oyes? —probó Marcelo.
    Si Marcelo, dime — la voz de Mercedes sonó alta y clara por el walkie.
   Mercedes, ¿has hablado con María? La veo rara esta noche, parece que habla sola y no me escucha. Le debe de fallar el walkie. Además, ha dejado de cantar ¿le pasa algo? ¿Puedes bajar a la -1 a ver si necesita algo?
María, sin saber muy bien por qué, dio tres pasos al frente y Marcelo pudo ver por la cámara cómo quedaba oculta por una columna del pasillo F3 tras la cual nunca volvió a aparecer. Y eso que revisó la grabación cientos de veces. No podía ser.

Desde ese día, cada noche, a las 22:00:00 comienzan a sonar por la megafonía del centro comercial los acordes de Tengo miedo. Han revisado todo el sistema de reproducción y los altavoces más de una docena de veces y ningún técnico encuentra una explicación para la reproducción espontánea de esa copla a esa hora exacta. Como nadie ha podido aclarar la desaparición de María aquel jueves.



                                                                                                             SGSV

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